CAPITULO I
LA CHICA DEL PELO ROJO.
Llueve mucho en esta ciudad, es difícil
hacer algo en San Jerónimo cuando el clima no te lo permite. Llueve como si el
cielo tuviera prisa. Me gusta ver las gotas que pegan en la ventana, también me
gusta abrir la boca y caminar por la playa tragándomelas, sentir la arena
endurecerse bajo mis pequeños pies. Pero hoy no hubo playa, no hubo salida ni
fiesta. Mi ventana es amplia y las gotitas chocan contra ella, toco el vidrio y
siento el frio en la palma de mi mano.
Me levanto casi de golpe al
sentir el contacto con el cristal. Faltan diez minutos para el partido de
Brasil y estuve a nada de olvidarlo. Recorro mi departamento para llegar a la
sala. Es pequeño, pero así me gusta. Mi familia vive en otra ciudad y yo tuve
que mudarme por cuestiones de trabajo y aunque a veces me siento terriblemente
sola, en momentos como este puedo
disfrutar de un partido de futbol como Dios manda. En casa no podía o al menos
no con calma. Tengo 4 hermanos, todos hombres. Camilo es el más grande, tiene 3
años más que yo, es decir 28, y siempre invitaba a sus amigotes a la casa para
los juegos. Era asqueroso ver la sala repleta de camisas blancas con el
pretencioso escudo del Madrid en el pecho. Sergio, otro de mis hermanos, tiene
26 y no le gusta el futbol; cada que había partido él se encerraba en su cuarto
y subía el volumen de la música a tope.
Sigue lloviendo fuertísimo y
aunque el calor está a la orden del día, la lluvia no parece tener intenciones
de apagarse. Busco el canal del futbol y me acomodo en el sofá. Sé que
seguramente mi jersey amarillo contrasta con el color café oscuro de la sala.
Me gustan los contrastes. Ahorita mismo hay tres. El café del sillón, el
amarillo intenso del jersey y el rojo de mi cabello largo.
Cuando llueve la sala se pone un
poco más oscura y eso me gusta, le da una apariencia caótica, como de
privacidad y emoción a la vez. A mi hermano César también le gusta la lluvia,
él sí es hincha del Barcelona y aunque es menor que yo por un año, nos gustaba ver los partidos juntos. Siempre me
daba la razón en todo, en cualquier opinión de faltas o fueras de lugar. A
Camilo nunca le gustó eso, él pensaba que por ser el mayor, debería llevar la
batuta de los conocimientos futbolísticos.
Hoy extraño sus discusiones.
Nuestra batalla eterna, blaugrana y merengue hace falta en este departamento,
aunque sin sus amigos que sólo iban a tomar a casa y se perdían medio partido
en cada jornada.
Everardo es mi hermano más
pequeño, tiene 18 y no hay en el mundo entero fan más grande de Lionel Messi que
él. Ha ido a verlo jugar un par de veces con la selección argentina, fue su
regalo de cumpleaños número 17. Ambas veces regresó vuelto loco de contento. Y
yo sentí un poco de envidia, no por Messi, ni por la selección argentina.
El partido está por empezar, la cámara
enfoca a los jugadores saliendo del túnel, es sólo un partido amistoso, pero
sus rostros se ven concentrados, aunque no con ese nervio que se les notaba en
la copa mundial. Sale Hulk, que al parecer en esta ocasión va de capitán,
caminan uno a uno, saliendo, al lado suyo viene la selección de Venezuela, sale
Dani Alves, Oscar…
Y ahí, al final de la fila, su rostro color caramelo y el cabello
imposible de domar. Ahí está él. Ahí está Neymar.

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