CAPITULO XIII
ROBANDO SONRISAS.
LIO MESSI P.O.V
Alguna vez, cuando era pequeño,
un entrenador llamado Martin, que tenía pelo oscuro y ojos grandes como nueces,
me preguntó: "¿Sabes cuándo llegará el momento en que sentirás verdadera responsabilidad?"
Yo le sonreí, recuerdo, luego
tomé la pelota, redonda, negra con blanco, suave y fría, porque era pleno
invierno y la pateé con fuerza hacia la portería.
-Cuando tenga que meter el gol decisivo-
le dije “de cualquier partido”
Martin sonrió, incluso creo que rió un poco y fue
lentamente a recoger la pelota que yo había pateado. Era muy tarde en la
ciudad, el cielo se veía entre color purpura y naranja. Me gustaba. Tenía la
nariz fría y la boca me temblaba un poco, los dedos de las manos tocando las
mangas de mi ropa.
-No- había dicho Martin
Yo le arrebaté el balón y lo
volví a patear con aun mas fuerza.
-Cuando esté en la Copa del mundo-
dije, al fin, la garganta me latía, un poco por el frio y un poco por la
impaciencia de no saber a qué se refería. Y yo quería saber a qué se refería.
Él rió abiertamente y con aún más
lentitud fue por la pelota, la tomó del fondo de la portería y se sentó sobre
ella.
-Olvídate de la pelota pibe,
déjala atrás, que vuele, que se duerma un rato, que se vaya. Que desaparezca.
-No podría- respondí, como quien
me pide que done el corazón o las corneas de los ojos.
-Un día tendrás que hacerlo, un
día ya no podrás jugar y serás un amante de la pelota, pero de lejos. Tenes que
acostumbrarte.
Quizás en aquel momento Martin tenía
razón, pero era como si me hablara de la muerte de mis seres amados y yo no
estaba listo para escucharlo.
-Mi mayor responsabilidad será entonces,
cuando sea entrenador- había respondido yo, con seriedad.
-Casi nene, casi- entonces él tomó
el hermoso balón entre las manos y dándomelo, me dijo palabras que no olvidé
nunca- será cuando tengas que guiar a otro jugador por el mejor camino, por el
que tú mismo has recorrido.
….Y así.
Pienso en eso mientras Antonella
sirve el spaghetti y Neymar, en su papel de invitado trata de descorchar el
vino tinto que trajo, riendo y haciéndole comentarios sobre la vez que le pegó
a una de sus novias, hace años, con el corcho de una botella de champagne.
-No terminó conmigo, pero yo no
me sentía muy bien viendo su ojo morado por causa mía- dice y Antonella ríe.
-Leo, ¿tu copa?- dice Neymar. Lo
miro, tiene esa sonrisa fácil y franca que ha conquistado tantas niñas a nivel
mundial, esa sonrisa que ha hecho que todos los aficionados brasileños sean
capaces de perdonarle todo, incluso que se lesionara en aquel mundial. A mí no
me perdonan ni que contraiga la gripa en un partido amistoso.
-Necesitas sonreír menos- le
digo, dándole mi copa, como quien dice “sírveme poco”
-¿Perdón?- pregunta, sin agarrar
la copa que le doy.
-¡Leo!-dice Nella, mirándome con
los ojos que conozco tan bien, indicándome que hice algo mal. Nada me perturba
como esos ojos, ni el entrenador más duro del mundo. Mourinho se queda corto
ante esa mirada y eso que nunca me ha dirigido.
-No te entiendo- dice Neymar,
sigue sin tomar mi copa.
-Cuando sonreímos- digo-
indicamos los felices y satisfechos que estamos, eso es bueno, pero no siempre.
Tú eres un jugador que brillará durante décadas, lo sabes, pero a veces, es
importante que te sientas menos satisfecho, para que puedas alcanzar más.
-Soy una persona feliz- dice él.
Antonella nos mira con atención.
-Yo también-le contesto- pero en
el futbol, la felicidad semeja tomarte una taza de café en la mañana, la
disfrutas en ese momento, pero debes pasar el resto del día con lo que eso te
dejó, y entonces no eres tan feliz, si pretendes serlo, no eres honesto, lo
eres hasta que vuelves a tomar la taza- explico.
-Tengo todo para ser feliz, Lio-
dice. Veo que Antonella ha dejado, sin querer, que unas gotitas del pure del
spaghetti caigan sobre mi mano, yo las lamo y siento ese amor que sé que ella
me profesa diariamente. Y me doy cuenta que así es cuando la que habla ahora,
es ella, es Antonella:
-¿Estás enamorado, Neymar?-
pregunta ella. Y es entonces cuando por fin, él toma mi copa y vierte vino rojo y
liquido en ella.
VALERIA P.O.V
Llevamos tres horas recorriendo
el centro de Barcelona con las maletas siguiéndonos. Si
yo estoy harta, Gerry está mucho peor. No ha dejado de quejarse ni un momento:
tiene dolor de cabeza, le duelen los pies, la cara se le está maltratando por
no aplicarse sus cremas , tiene sed, hambre, ningún catalán le ha parecido
atractivo. En pocas palabras, está cansado.
-Vamos, Gerry, seguramente la
calle del departamento está cerca- digo, sin creérmelo.
-¡Quiero irme de aquiiiii!- dice
él.
Como si todos los dioses me
hubieran escuchado, veo el nombre de la calle indicada en una esquina.
-¡POR FIN!- apresuro el paso- es
por acá- el número es el 1120 y Gerry lo sabe, los departamentos están cerca, y
ahí es donde vamos a quedarnos en nuestra estancia en Barcelona. La persona ha
accedido a rentarlo por un mes.
-Gracias al cielo- dice Gerry.
Aun no acaba de agradecer a todos
los que conforman el paraíso cuando un hombre alto, blanco y de aspecto
amenazador lo empuja. El corazón empieza a latirme como nunca crei que lo
haría. La calle está oscura, son casi las 7 de la noche.
-Las valijas- dice el hombre. Veo
que a pocos metros están otros dos hombres, sé que no debo pedirles ayuda, pues
parecen estar cuidando al blanco corpulento. Gerry se levanta y con el rostro
palido, suelta su equipaje, dejándolo a merced de esos tipos. Yo no sé que
hacer, pero el brillo de un arma en el bolsillo del extraño me hace soltar mis
valijas. Estoy temblando, fue una pésima idea venir a Barcelona, fue una pésima
idea y esto es la demostración clara. Nos van a matar, aquí mismo termina todo,
Sam estará decepcionado y a la vez triste por mi muerte. Y Neymar nunca se
enterará siquiera de que alguna vez respiré. Cierro los ojos, preparándome para
el fin y cuando los abro de nuevo, veo que los tres hombres se han alejado.

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